Anoche vi Vals con Bashir, la película del israelí Ari Folman por la cual ganó un Globo de Oro de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood.
Desde un punto de vista formal, el film es muy interesante, ya que se trata de un documental-ficción animado. Si fuera docente de cine sin duda pondría esta película como ejemplo de los límites difusos de todo documental, y tal vez como muestra radical de que un documental sigue siendo una película y no "la realidad".
No sólo se trata de la forma expresiva, sino también de la narrativa, ya que el mundo onírico penetra el mundo real y el psicológico con una claridad comodísima pero que a la vez no pierde su fuerza surrealista, sobre todo a nivel visual. No es una película revolucionaria en ninguno de estos aspectos, pero a Folman se le nota el gran dominio que tiene sobre todos estos recursos.
Desde el punto de vista temático, no quiero repetir todo lo que se dice sobre el film por ahí, más bien prefiero destacar un punto que tal vez no se mencionó, o no tanto: el carácter antiheroico de la guerra. En este sentido, la película me hizo recordar Kippur, de Amos Gitai, en la que un soldado va y viene en un helicóptero para ayudar a recoger heridos (y no dispara ni una bala). No sólo hablo del personaje de Roni Dayag, el antihéroe personificado de la película (se escapa de una batalla para salvarse), sino a la alienación de todos los soldados, a una visión más cruda y "realista" de la guerra en oposición a la glorificación de Hollywood. En Vals... el soldado dispara sin saber a dónde, sólo por precaución o por miedo; tampoco sabe a dónde va ni por qué hace lo que hace. El soldado es un tornillo dentro de la máquina de guerra y no comprende qué pasa alrededor ni el daño que está causando.
A pesar de la crítica, la historia está contada desde el punto de vista del soldado, y precisamente esto es lo que permite comprender (que no justificar) lo que Eman Amad explica hoy en La Vanguardia: la imposibilidad o dificultad del soldado, muerto de miedo y de estrés, de ver al que tiene frente a sí como un ser humano. La adrenalina hace el resto.
Desde un punto de vista formal, el film es muy interesante, ya que se trata de un documental-ficción animado. Si fuera docente de cine sin duda pondría esta película como ejemplo de los límites difusos de todo documental, y tal vez como muestra radical de que un documental sigue siendo una película y no "la realidad".
No sólo se trata de la forma expresiva, sino también de la narrativa, ya que el mundo onírico penetra el mundo real y el psicológico con una claridad comodísima pero que a la vez no pierde su fuerza surrealista, sobre todo a nivel visual. No es una película revolucionaria en ninguno de estos aspectos, pero a Folman se le nota el gran dominio que tiene sobre todos estos recursos.
Desde el punto de vista temático, no quiero repetir todo lo que se dice sobre el film por ahí, más bien prefiero destacar un punto que tal vez no se mencionó, o no tanto: el carácter antiheroico de la guerra. En este sentido, la película me hizo recordar Kippur, de Amos Gitai, en la que un soldado va y viene en un helicóptero para ayudar a recoger heridos (y no dispara ni una bala). No sólo hablo del personaje de Roni Dayag, el antihéroe personificado de la película (se escapa de una batalla para salvarse), sino a la alienación de todos los soldados, a una visión más cruda y "realista" de la guerra en oposición a la glorificación de Hollywood. En Vals... el soldado dispara sin saber a dónde, sólo por precaución o por miedo; tampoco sabe a dónde va ni por qué hace lo que hace. El soldado es un tornillo dentro de la máquina de guerra y no comprende qué pasa alrededor ni el daño que está causando.
A pesar de la crítica, la historia está contada desde el punto de vista del soldado, y precisamente esto es lo que permite comprender (que no justificar) lo que Eman Amad explica hoy en La Vanguardia: la imposibilidad o dificultad del soldado, muerto de miedo y de estrés, de ver al que tiene frente a sí como un ser humano. La adrenalina hace el resto.
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