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Estoy especialmente sensible. Me puso así "El baño del Papa", la película de los uruguayos Enrique Fernández y César Charlone. Las películas de mi país me emocionan mucho, pero ésta me partió al medio.
Con alguna excepción (el sueño de Beto sobre la moto), la película es de un realismo crudo; no hay concesiones. La utilización de los colores apagados y la estética realista de campo, sin embellecimientos, te permiten sentir el sabor amargo del mate brasileño que toman los personajes; hasta el fondo del esófago de la retina.
El tema de la miseria está harto trillado en el cine sudamericano, y sin embargo, resurge una y otra vez. Quiso la casualidad (o no) que pocos días antes viese "La zona", del mexicano Rodrigo Plá. Otra muestra más de las miserias de América Latina, aunque con un hilo de esperanza. En "El baño del Papa" no hay esperanzas. Es verdad que las hay a nivel narrativo (el progreso del personaje de la hija, el futuro del baño), pero como uruguayo no experimenté esperanza alguna a nivel emocional.
La realidad en Uruguay es tan cruda, pero tan cruda, que ni se asemeja a la realidad que se vive en países donde las brechas socioeconómicas abren focos de violencia brutal, como México, Brasil, Colombia o Venezuela. Allá la guerra está declarada. Los perdedores son los mismos de siempre, pero al menos pierden fulminados rápidamente. En Uruguay estamos condenados a la agonía. A la existencia gris, al invento perpetuo, al enemigo ausente.
Y no hablo de "pichis". No, no, hablo de "la gente pobre y honrada". Del padre de familia. Del bagayero sin salida. Bah, no hablo yo, hablan genialmente Fernández y Charlone. Hablan del "normal", del trabajador, del ciudadano que vota, de la "mujer uruguaya" de la que habla el Papa. De esa media -si es que existe- hundida tan hondo, pero tan hondo, que desde afuera pueden vernos como excepción. Pero no es excepción, sino mayoría. ¡Qué sufrimiento! ¡Qué dolor sin esperanzas! Tan sólo el intento de sufrir un poquito menos puede costar tanto... ¿Estamos condenados? ¿Por qué? ¿Por qué esta realidad? ¿Quién nos meó?
Pero El baño... fue sólo el disparador. Esta mañana llegué a la oficina, me puse los auriculares y me topé con uno de los escasos temas de Andrés Calamaro que no conocía: El palacio de las flores. Ya estaba partido al medio, pero ahora caí al piso. "Que se tense la cuerda del hambre/no alcanza ni para fiambre/a conformarse con los olores". Verdades lanzadas como dagas que no dan vuelta y llegan directo al pecho. Al pecho. Sentí el espinazo que me salía por los ojos. AC, está claro, es un maestro inabarcable. Y mi UruguayArgentina, tan peñascoso que hasta me dolería pisar.
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