viernes, agosto 26, 2011
El progresismo orientalista de Marrakesh Express
Indecisamente pero con determinación, Marrakesh Express (Hideous Kinky) es una película orientalista. Si bien camina por la cornisa que divide la expresión de los deseos encontrados de los occidentales hacia Oriente (fascinación y rechazo, amor y odio, comprensión e incomprensión, etc.), no deja lugar a dudas de qué lado de la cornisa prefiere saltar: del de Occidente.
La película de 1998 dirigida por Gilles MacKinnon y protagonizada por Kate Winslet es reflejo de la obsesión de Occidente por Oriente, esa obsesión que dilatada pero frecuentemente vuelve a las pantallas de cine, como el "retorno de lo reprimido" (Freud). La película parece querer vencer los demonios del orientalismo, y sin embargo pierde la pulseada contra sí misma. Julia (Winslet) es convincente a la hora de enumerar los problemas existenciales que hacen la vida en su país un laberinto sin salida, de la misma forma que el propio film la conduce a ella por otro laberinto, cuya única escapatoria es el norte sajón.
Es que el aprovechamiento de lo exótico y el potencial de resistencia de la iconoclastia hippie conducen inexoerablemente hacia la mirada orientalista. Lo exótico es exactamente, exotismo (el mismo de siempre). Y la iconoclastia hippie queda en eso: en íconos, en una representación visual que, en este caso, al final resulta vacía.
La protagonista es occidental, por supuesto. Preciosa inglesa rubia y de ojos claros, con sus dos preciosas hijas blancas. Y el coprotagonista Bilal, amante imposible -obviamente- de Julia, un árabe occidentalizado, personaje de colores vivos (rojos, azules, verdes, blancos) que resalta con el fondo opaco de las ropas de los locales.
Los locales, representados como estamos acostumbrados a ver: una muchedumbre de morenos medio salvajes medio analfabetos, que toleran la presencia de las extranjeras bajo condición y plazo. Porque, dicho sea de paso, no dejan de ser extranjeras en ningún momento, por más que Julia coquetee con la idea de internarse en un templo sufí, o la hija Be (Bi) se convierta en "una auténtica musulmana" en palabras de Bilal, por haber aprendido en la escuela (marroquí) los cinco pilares del Islam. La película comunica cristalinamente que las occidentales no tienen lugar en la sociedad marroquí.
Tanto es así que al final, desesperada Julia por la pobreza (la pobreza de los occidentales en este tipo de películas suele ser una aventura temporal), encuentra la salvación en tres pasajes de regreso a Inglaterra (regalados por Bilal). Es decir: todo bien con Marruecos, súper divertido, nos regaló muchas anécdotas y hasta emociones, pero cuando la cosa se pone seria, allí está "Mother England", el adulto responsable.
Más allá, entonces, de la voluntarista mirada progresista, de los coqueteos con el acercamiento cultural horizontal, el film carga con la mirada hegemónica de Occidente. No se trata de racismo ni de colonialismo, sino de una fusión de ambos con muchos otros elementos contenidos dentro del Orientalismo de Said, como por ejemplo la fascinación por lo exótico.
Y todo esto le surge al director, creo yo, como una demanda del subconciente blanco. Sin embargo, es imposible que no lo haya podido discernir, por lo menos en el proceso de edición. Se trata de una decisión, indecisa y determinante.
Publicado por
Adrián Singer
en
12:02 a. m.
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